
Daniel Miglioranza: “Mi mamá me enseñó recitados criollos antes de leer y escribir”
Espectáculos diciembre 13, 2024El actor Daniel Miglioranza pasó por "Hablemos De" (Radio Zonica - Viernes 19 hs) y conversó con Osvaldo Menéndez.
Cuando entonaba recitados criollos en su Carlos Keen natal y con apenas 5 años de edad, Miglioranza no imaginó que iba a ganarse la vida como actor. Estudió Derecho durante algunos años, pero abandonó cuando entendió que lo suyo iba por otro camino. En 45 años de trayectoria hizo decenas de obras clásicas, entre ellas Otelo y Mucho ruido pocas nueces de Shakespeare, La barca sin pescador de Alejandro Casona, El conventillo de la Paloma de Alberto Vaccarezza. También hizo cine: La cruz de sal, Más allá del límite, Siempre es difícil volver a casa, El tío Disparate, Brigada en acción. En televisión debutó en Matrimonios y algo más, y le siguieron El Rafa, Amor gitano, El infiel, La familia Benvenuto, Naranja y media, Vulnerables, Primicias, Son amores, Floricienta, Mujeres de nadie, El elegido, Señores papis. “Hace 18 años que no hago televisión con continuidad”, observa.
-¿Por qué hace tanto tiempo que no trabajás en tele?
-No lo sé. Hice algunas participaciones pero no apareció un personaje fijo. Quizá no daba para ninguno, por mi edad [Miglioranza tiene 68 años]. Estoy acostumbrado a los avatares de nuestra profesión. Empecé a trabajar en forma profesional en el 1974, pero también me gusta hablar de peón golondrina, de oficio y de todo eso que somos. Hugo Arana me enseñó que profesamos, y por eso somos profesionales.
-¿Siempre te ganaste la vida como actor?
-Tuve momentos muy buenos y otros no tanto, pero siempre me gané la vida como actor, director, adaptador, y también escribí algunas cosas. Hubo un momento en que a los actores “serios” no nos permitían hacer televisión, hasta que el maestro Carlos Gandolfo nos animó y nos dijo que un día en televisión era como diez temporadas de teatro a sala llena. Un día convocaron a Miguel Ángel Sola y quiso que también yo me sumara. La televisión nos abrió otra puerta y fue maravilloso. Mi gran agradecimiento es siempre para la gente, por el amor que aún me siguen dando.
-Es parte de la gratificación que recibe el actor, ¿no?
-Es algo indescriptible que me hace acordar a mis cinco años, vestidito de gaucho y diciendo los recitados criollos en los finales de los actores de las escuelas de los pueblos vecinos de Luján. Recuerdo que sentía una emoción tremenda en ese momento en el que tu corazón late con el del espectador, respirando juntos. Es una sensación de abismo y al mismo tiempo de goce, y es lo que nos mantiene vivos a los actores.
El llamado de Alcón y la mano de Brandoni
Antes de la pandemia, Daniel estaba haciendo Antígona Siglo XXI, en El Tinglado, dirigido por Eduardo Lamoglia. Y estaba iniciando los ensayos de Las mujeres del general, de Rafael Calomino, que narra los últimos días de la vida de José de San Martín. Hoy sus días en cuarentena pasan entre libros, poesía, meditación y videollamadas con su pareja, Norma, y su hijo Manuel.
“Hace ocho años que estamos juntos con Norma pero ella vive con su hijo en Banfield y yo vivo solo en Nuñez”, cuenta. “También me conecto por videollamadas con mi hijo Manuel que está en Europa; se fue a hacer un postgrado de francés en los campos de la Alianza, en Toulouse. Después se quedó para hacer su experiencia y trabajó como instructor de esquí en los Alpes franceses. Pasó la pandemia con una familia, en un pueblo chiquito que está al pie de una montaña”.
-¿Tiene pensado volver?
-Tiene 27 años y está haciendo su experiencia. Acá estaba trabajando en el Ministerio de Transportes. Es muy inteligente y muy trabajador, y es uno de los orgullos más grandes que tenemos con su madre. Hizo clown, estudia teatro y, en principio, se va a quedar un poco más. “Ya que pasé esta, sigo adelante”, me dice. Y sé que a los hijos hay que abrirles las alas, dejarlos volar y cuidarlos como uno pueda. Yo también hice mi experiencia en Italia cuando era joven y me fui con una beca de estudio que me dieron por el Orestes de Alfieri. Tomé clases magistrales con Vittorio Gassman..
-Pero decidiste regresar..
-No me pude quedar los nueve meses pautados porque estaba haciendo El Rafa y tenía que volver; en ese momento los contratos de televisión duraban un año. Pero tomé sus clases magistrales sobre Shakespeare y me sentía en las nubes. Fue un viaje hermoso. Recuerdo también un miércoles a las 11 de la mañana en Piazza San Pietro viendo al Papa Juan Pablo II. De pronto escucho que cantaban “Mi-glio-ranza”: era grupo de argentinos, uruguayos y paraguayos que me habían reconocido y me saludaban. Y me hicieron sentir tan bien y con mucho agradecimiento.
-Decís que hace 8 años que estás en pareja, ¿hablan de convivencia?
-No podría volver a convivir, después de mi separación. Me gusta la soledad, me llevo muy bien conmigo. Creo que me “abueno” cuando estoy solo. Estuve casado 20 años y aprendí a vivir solo. Creí que nunca más iba a volver a confiar en una mujer. Soy del campo y me casé grande y para toda la vida. Conocí a Griselda, la madre de Manuel, a los 34 y formalizamos a los 40. Fue muy traumática la separación, pero de todo se sale. Viví muchas pasiones y creí que el amor que sobreviene después de la pasión y da continuidad, ya no era para mí. Estuve mal, deprimido y me salvó la vida Luis Brandoni.
-¿Cómo es eso?
-Estaba en la casa de mi psiquiatra Francisco Villanueva, y era el cumpleaños de Guillermo Francella, amigo del alma. Estaba tan deprimido que no quería ir y entonces Francisco me preguntó: “Qué sentís, de qué tenés ganas”. Y le contesté que quería ir a darle un abrazo porque adoro a Guillermo y a su familia. Finalmente fui y la alegría que vi en los ojos de Guillermo me ayudó. En ese momento él estaba haciendo Durmiendo con mi jefe, con Luis Brandoni, que estaba entre los invitados y contó que buscaba a un actor para hacer un personaje en la obra Justo en lo mejor de mi vida, de Alicia Muñoz. Beto es un actor extraordinario y estuvimos tres años y medio recorriendo el país. Siempre digo que me salvó la vida él por darme trabajo, el trabajo, la ciencia y los amigos.
-Claro, fue una obra muy exitosa…
-Por eso es importante tener apertura de corazón y no pura mente, sobre todo los hombres grandes a quienes no se nos permitía llorar ni ser sensibles ni intuitivos. Imaginate para mi viejo, que era un hombre de campo, lo duro que fue aceptar mi decisión de ser actor: mi hermano es contador público y yo le salí torcido [Risas]. Tengo una anécdota muy linda con Beto: hice de su hermano en Justo lo mejor de mi vida, pero en la gira interpreté al Piguyi, que es quien lo viene a buscar. Hay un momento en el escenario en el que hablo con él, muy cerquita, y yo lo miraba y de pronto me dijo: “Te toca hablar a vos, hijo de”. Y yo quería robarle el secreto, quería ver cómo hacía para estar sobre esa línea muy finita, entre que llora y se ríe, como lo hacía Luis Sandrini. Tuve la fortuna de trabajar con grandes. Y fue de la mano de Alfredo Alcón que debuté en el teatro profesional.
-¿Cómo llegaste a Alfredo Alcón, o cómo llegó él a vos?
-Yo estaba trabajando en Luján en Club de Teatro, un club de teatro independiente y ahí me vio Jorge Hacker y me llevó a la sala Planeta, donde hice luces y sonido y también La cocina, la primera obra de teatro en la que trabajé como actor en Buenos Aires. Un día fue Alfredo Alcón a verla, nos enteramos que iba a hacer Panorama desde el puente, de Arthur Miller, y estaba buscando actores. Le costó contactarme, me enteré después, porque yo vivía en Luján. Hasta que un día lo atendí por teléfono y, cuando me dijo que era Alfredo, creí que era un amigo que me estaba tomando el pelo. Pero era él, con su voz inconfundible, y empezaron a temblarme las rodillas.
-¿Qué te dijo?
-Me invitó a ir a una audición, pero tenía que teñirme de rubio y no tuve problema porque, además, mi mamá era peluquera. Dos horas me tuvo el maestro Carlos Gandolfo en el escenario y después les dijo a los productores que podía firmar el contrato. Debuté con Alfredo, Silvia Montanari, Susana Ortiz, Aldo Barbero, todos ángeles con los que alguna vez me voy a encontrar. Nunca me he reído tanto como cuando íbamos a comer con Alfredo después de las funciones. De pronto estaba en Primera, y para mí era algo grandioso, extraordinario. Era un sueño.
-Es así. Para mí la máxima religión es el arte. Cuando estoy sobre el escenario me siento útil. Trabajé con grandes directores, grandes autores, grandes actores y de todos aprendí algo. Cuando sos grande te das cuenta de cuánto aprendiste y de la obligación que tenés, porque el compromiso es transmitirlo. Siempre estuve en la búsqueda de uno mismo y del despertar de conciencia. Estoy un poco místico, meditando mucho, con mi manual de milagros. Todas las noches agradezco y a la mañana, cuando despierto, también agradezco. Recorrí muchos caminos y todos me hicieron comprender que todos somos uno. Mi creencia es que somos una gota de agua en el océano. Sin esa gota, el océano no estaría completo.