Martes 10 de Junio de 2025 - 3:10:55 am

JUAN ROZA ALCONADA: “Es un círculo virtuoso porque los cotutores voluntarios han acercado empresas a las cuales nosotros no llegábamos”.

Economía junio 5, 2025

El titular de Icona, Juan Roza Alconada, conversó con Radio Zonica a propósito de una iniciativa que favorece la reinserción laboral de personas a las que el espacio le brinda contención.

 

La crisis socio económica que atraviesa el país de a poco va acortando las distancias en consonancia con las mejoras que celebra la visión macro del Gobierno Nacional,  (2,8%, la inflación en abril). “La Agencia Integradora de Empleo es la secuela del Proyecto Matías que ocurrió el año pasado, que consistió y para explicarlo muy sucintamente en que 20 personas situación de calle convivieran durante 60 días en una casa en la calle Brasil al 600, en San Telmo. Y durante esos 60 días pudieron además de convivir y recibir las 4 comidas y demás, recibir capacitaciones. Capacitaciones acerca de entrevistas laborales para que después pudieran conseguir un empleo formal y registrado. Nuestro único objetivo en el Proyecto Matías era que las personas obtuvieran un empleo. De las 20 personas, 10 conservan hoy su empleo, luego de 6 meses. La Agencia Integradora de Empleo está dividida en tres camadas trimestrales, en ese sentido apuntamos a que 30 personas, también en situación de vulnerabilidad, que viven en hogares con los que trabajamos como Cura Brochero, Cáritas Guaraní en zona norte y en diferentes lugares, tal es el ejemplo de Liniers, puedan hacer una preselección de esas personas que tienen voluntad y ganas de trabajar, que hoy se han caído del sistema por diferentes motivos. A partir de ese escenario, con esa preselección que hace la organización social, luego nosotros desarrollamos una selección propia”, apunta Juan Roza Alconada, referente de Icona (Intercambio y Convergencia para la Nueva Argentina), entidad que promueve el rescate y la reintegración laboral de las personas en situación de calle.

“Todo se lleva adelante por medio de un gabinete que está compuesto por una psicóloga, con gente que entiende mucho de la parte social. Entonces de ahí seleccionamos estas 30 personas. De esa instancia en particular ingresaron 26, de las cuales 18 son varones y 8 son mujeres. La sede de Avenida de Mayo 953 funciona como lugar donde nosotros nos reunimos, donde se dan capacitaciones, donde tienen reuniones con sus tutores y sus cotutores, que son los voluntarios quienes gentilmente ceden sus horas, semanas y acomodan su agenda para estar con ellos con el fin de orientarlos. Es un espacio de contención. Tenemos personas a partir de los 20 o 21 hasta los 60 años. Han personas que han trabajado muy poco porque son muy jóvenes y hay personas que hasta han trabajado en diferentes países, por ejemplo en Andorra o en Venezuela, que hen venido a la Argentina, no les ha ido bien y por algún motivo han caído del sistema por lo que hoy viven en hogares. Sin ir más lejos el lunes hubo una capacitación que se denomina alfabetización digital donde contratamos una capacitación para que 16 personas, cada una con una laptop, pudiera adquirir nociones básicas del pack de Office. Muchos nunca se habían sentado ante una laptop”, añade el creador digital.

“Es todo un desafío y a la vez una satisfacción porque cuando uno ve el interés de todas estas personas por avanzar, por encontrar su lugar, por algunos que perdieron sus empleos y que quieren reconquistar un lugar que tanta dignidad genera. Vos los ves con tanta actitud y tanto ánimo que sentís la necesidad de involucrarme y apoyarlos. Y además los entrenamos en entrevistas llevando adelante simulacros porque hay muchas personas que cuando van a las entrevistas laborales, algunas no han participado y las que lo han hecho data de hace mucho tiempo, pero siempre es un episodio que genera nerviosismo. Son situaciones donde uno imagina qué te pueden llegar a preguntar. Los cotutores voluntarios, a propósito de las primeras tareas, se reúnen con ellos, los conocen, charlan, y uno de las primeras herramientas es justamente conformar su currículum, para después nosotros, que somos la conexión con el sector empresarial, facilitemos la inserción laboral. Vale destacar que Icona está enteramente financiado por el sector privado. Lo que hacemos es aplicar a los puestos según los perfiles. Nos ha pasado lo que yo llamo un círculo virtuoso porque los cotutores voluntarios han acercado empresas a las cuales nosotros no llegábamos”, concluyó Roza Alconada.

“Las voces le decían que hiciera cosas que no estaban buenas”: la angustia de una familia y una tragedia evitable
“Nosotros no lo podíamos internar. La familia no puede”, explica Juan Roza Alconada, que después de años de vivir la esquizofrenia de su hermano y un final dramático que se cobró dos vidas, trabaja para cambiar la Ley de Salud Mental.

En septiembre del 2020 un hecho desconcertó al país cuando las imágenes llegaron a los medios. En el video de la secuencia primero se observa a un hombre parado sobre una vereda de la avenida Figueroa Alcorta, en Palermo, a centímetros de dos personas que toman un café sentados a una mesa. Vestido con una campera militar y vincha sobre la frente, gesticula, abre los brazos, se balancea; pareciera hablar solo.

Instantes después se acercan dos policías. El hombre abre la mochila y saca un cuchillo. Avanza sobre los efectivos, quienes retroceden. Ataca una, dos, tres veces a uno de los uniformados; luego de dar un salto, termina apuñalándolo en el corazón. Echándose hacia atrás, el policía se defiende y alcanza a disparar. Ambos caen.

Herido de gravedad, el inspector de la Policía Federal Juan Pablo Roldán, padre de un niño de por entonces cuatro años, perdería la vida minutos después del ataque. El hombre, Rodrigo Roza, vecino de la zona y sin antecedentes penales, moriría esa misma noche en el hospital.

Casi cuatro años después el abogado Juan Roza Alconada dice: “Yo ya perdí a mi hermano. Y al policía, pobrecito… nada lo volverá a la vida. Son dos familias destrozadas. Pero quiero hablar para que no haya otro Juan Pablo Roldán. Y otro Rodrigo Roza. Hay cosas para hacer, que se pueden mejorar. Ese es mi único fin”.

Juan se dispone entonces a relatar su vínculo con Rodrigo, quien había sido diagnosticado con esquizofrenia. Y de qué manera su familia lo contuvo, pero quedó atrapada en el desamparo del sistema. Cómo todo derivó en esa tarde, trágica y a su vez evitable. Y además descubre la culpa, el dolor; también el perdón. Y resalta la imperiosa necesidad de rever la ley de salud mental.

“Soy hijo del segundo matrimonio de mi padre y tengo dos medio hermanos más grandes: Gonzalo, 10 años mayor, y Rodrigo, siete -comienza Juan-. Yo era el más chiquito y el más mimado. Me gustaba pasar tiempo con ellos; tenía mucha admiración. Rodrigo conmigo era muy protector. Teníamos un vínculo especial: nos gustaba salir a pavear por la ciudad, caminar y perdernos. Él era muy estudioso, una mente demasiado brillante. Una persona con un corazón puro. En el 92 se fue por tres meses a Canadá y se quedó a vivir”.

—¿Hasta ese momento no había un diagnóstico o una señal que alertara nada?

—No. En el 2008, 2009, con la crisis global, se quedó sin trabajo. Y ahí, esta es una hipótesis nuestra, es cuando se le dispara la esquizofrenia. No nos habíamos enterado ni habíamos visto nada que hiciera pensar lo que después pasó. Rodrigo cuidaba chicos de entre 20 y 25 años con enfermedades neurodegenerativas. Un día Loraine, madre de uno de estos chicos, me llama para contarme que había sido internado en un pabellón psiquiátrico del hospital de Calgary.

—¿Por qué lo habían internado?

—Tuvo un brote psicótico en su departamento. Loraine me contó que estaba agobiado por las deudas del auto, de la casa, y por ver que las puertas se le cerraban y no podía conseguir trabajo. Eso le disparó algo que no pudo manejar. Estaba muy flaco, había bajado 13, 14 kilos. El jefe de psiquiatría del hospital me dijo que durante un mes nadie lo podía contactar. Es lo que generalmente pasa con las estabilizaciones psiquiátricas.

—¿Y qué hicieron?

—Fuimos con mi hermano Gonzalo al Consulado de Canadá a tramitar la visa para ir a buscarlo. En el ínterin, llegó el mes. “Está estabilizado, recuperó algo de peso”, me dijo el psiquiatra, y le dan el alta. Loraine lo lleva a su casa, le da de comer, y le da la medicación durante tres meses. Finalmente Rodrigo vuelve: cuando lo recibimos en Ezeiza era un pollito mojado.

—¿Él aceptó venir?

—Sí, quería volver. Sentía que había perdido todo: su casa, su auto, su trabajo. Y necesitaba contención emocional. “Volvete que acá te estamos esperando con muchas ganas, felicidad y amor”, le dije.

—¿Ya había un diagnóstico?

—Sí, me lo había dado el psiquiatra de Calgary: esquizofrenia. En el caso de Rodrigo, era del tipo paranoide, que son aquellas personas que tienen alucinaciones, escuchan voces, sienten que son perseguidas. Y en él, se sumaba una cuarta condición: tenía delirios místicos. Era un cuadro severo. No soy psiquiatra, apenas un abogado, pero en estos años de aprendizaje supe que si no es tratada a tiempo, con una medicación adecuada, la esquizofrenia puede causar estragos.

—¿Cómo fue para la familia recibir ese diagnóstico?

—Impactante. Pero también fue “bueno, ok, le vamos a encontrar la vuelta”. Yo lo llevaba a diferentes psiquiatras. Lo esperaba tomando un café, en la vereda de enfrente. Y de repente veía que a los 10 minutos Rodrigo bajaba y salía corriendo. Se escapaba. Ahí dimensioné la complejidad en la que estábamos.

—¿Por qué se escapaba?

—Porque se rehusaba a aceptar su enfermedad, algo que me parece natural. Además, no quería estar medicado. Durante cuatro años estuvimos boyando entre psiquiatras que parecía que le daban con la medicación, pero no. Hasta que en el 2014, sí. Ahí Rodrigo encontró una estabilidad.

—Pero, ¿y en esos cuatro años?

—En estos delirios místicos, Rodrigo iba a la embajada de los Estados Unidos y decía que tenía que darle una carta para el presidente. En una madrugada de 2011 se sacó la ropa frente al consulado. Llegó el SAME, el GEOF (Grupo Especial de Operaciones Federales de la Policía), y terminó internado en el Hospital Fernández. Como era muy astuto, Rodrigo se guardó una llave y se cortó las vendas con que lo habían atado de pies y manos. Y se escapó. Corrió desde el hospital hasta Salguero y Santa Fe, donde vivió con su mamá hasta el último día.

—¿Después de que se escapara, ustedes lograron internarlo?

—A ver, con Rodrigo era difícil conversar. Con una persona que tiene su voluntad tomada, porque tiene una enfermedad mental, es muy difícil poder llegar a un acuerdo. Solamente cuando está bien medicada se puede tener un diálogo coherente. Yo lo he tenido con mi hermano. Me decía: “Juan, yo no quiero esta vida. Me pasó 14 horas al día grogui, con sueño”. Porque esos son los efectos adversos de la medicación. Y no le gustaba. Lo que pasa con muchos casos es que toman la medicación, se sienten bien, y entonces la dejan porque sienten que no tiene sentido seguir tomándola.

—¿En ese momento ya estaba la ley de salud mental?

—La ley se aprobó en el 2010 pero se reglamentó el 2013. Estábamos en un gris.

—Y hacía falta el ok de Rodrigo para internarlo.

—Exactamente. Y era una incertidumbre saber si estaba tomando toda la medicación que debía, porque a veces tomaba menos. Rodrigo me ha llegado a contar que estando en el colectivo escuchaba voces. A veces tenía un costado racional que le decía: “Salí de acá”, porque esas voces le indicaban que hiciera determinadas cosas que no estaban buenas… Entonces bajaba del colectivo y caminaba, hasta cuatro kilómetros.

—¿Sentía que le podía ganar a esas voces?

—No. Él había asumido que las voces habían llegado para quedarse. Y que iba a tener que convivir con esas voces, lidiar con ellas.

—¿Encontraba alguna forma de calmar un poco su cabeza?

—Cuando estaba bien medicado, sí. Ahí es cuando se producían estos diálogos positivos donde podíamos hablar de la enfermedad. Cuando no estaba medicado era imposible porque se alteraba.

—¿Como familia, de qué manera manejaban todo esto?

—Cómo podíamos… En estos casos es muy importante la estructura de contención. Y Rodrigo la tenía. Gonzalo, que es escribano, le había dado un lugar en su escribanía como cadete, para que pudiera hacer algo. Y funcionaba.

—Cuando a Rodrigo se lo internaba, ¿qué sentían? ¿Alivio al saber que estaba contenido?

—Sí. Hay alivio. Muchas personas están en contra de la internación, y yo tengo una mirada diferente. La internación no es estigmatizar ni revictimizar a nadie, sino que está en un lugar seguro, contenido, con profesionales que lo cuidan, con medicación que va a recibir. Además, está la ley de derecho del paciente. Y también interviene un juez. Por todo eso, es mucho mejor que esté internado a que esté en su casa, a la deriva.

 

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