Enseguida, Delgado refiere que “La Zimbabwe empieza bastante antes que diéramos a luz en aquel agosto frío de 1987, en el Parakultural, acá en San Telmo. Dentro de un templo, en lo que estaba configurado como el under porteño. Un lugar donde pasaron Patricio Rey y los Redonditos de Ricota, Sumo, Viuda e Hijas del Rock and Roll y otras bandas de la época. Y también otros que tienen que ver con diferentes actividades como por ejemplo Tortonese. Todos salieron de allí. Y nosotros veníamos tocando pero sin nombre. Dario, el baterista, le ponía nombre distintos a la banda, y eso que ya teníamos temas propios. En ese caso, hay dos temas que fueron a parar al primer disco de La Zimbabwe, que los lanzamos en agosto de 1988. Uno que se llama No debo dejar de andar, que es un tema de culto y que está siempre dentro del repertorio. Y otro que se denomina Si yo fuera jamaiquino. Esos dos temas fueron parte del embrión de La Zimbabwe. Como aquella noche salimos al Parakultural con ese nombre, quedamos identificados como La Zimbabwe. Terminamos eligiendo uno de los nombres que trajo en una lista el percusionista. Nos gustó ese y seguimos para adelante, después de 37 años”.
“Nos llamamos la Zimbabwe, ya no La Zimbabwe Reggae Band, porque son épocas más rápidas y en donde hay que acortar las cosas. De casualidad que no nos llamamos ZMB. Esa Zimbabwe estaba integrado por Beno Gelbert en percusión, que hoy es bajista. Al poco tiempo que se separó la primera Zimbabwe, él se deshizo de la percusión y agarró el bajo, que además cuento que anda con unos proyectos muy lindos. También estaba Sebastian Schachtel, actual tecladista de Las Pelotas. Eduardo Cano en el bajo, histórico integrante de Los Twist. Y además es el bajista que grabó con Calamaro ‘Nadie sale vivo de aquí’. Después estaba Afo Verde, que hoy es el presidente de Sony Music Latin Iberia, fue uno de los fundadores de la banda. La primera formación de la banda duró desde 1987 hasta abril de 1990. En esa primera etapa sacamos adelante dos discos y recuerdo que pudimos ser teloneros de UB40 en Vélez. Participamos de los “Tres días por la democracia”, en la 9 de julio, donde tocó Soda Stéreo, Paralamas do Sucesso, Los enanitos verdes, Charly Garcia, Fito Paez. Nos mandaron a los leones con 130 mil personas, y las cabecitas llegaban hasta el Obelisco porque el escenario le daba la espalda al río”, subraya.
“Ese fue nuestro debut ante el gran público en Diciembre de 1988, luego estuvimos como banda telonera de UB40. Hacemos dos discos y viene la primera separación. Ellos estaban en la cresta de la ola, y luego los volvimos a telonear cuando vinieron por cuarta vez, y recuerdo que fue en el Luna Park, en noviembre de 2015. Nos dimos el gusto de telonearlos dos veces. De esa formación inicial el que queda soy yo. Sigo componiendo y cantando. El que produce la materia prima, la lleva y luego la trabajamos entre todos. Soy Chelo Zimbabwe, pero mi lugar en el mundo es La Zimbabwe. Yo siempre digo que es como ese concepto de banda… es como una fábrica de reggae donde va cambiando gente. De hecho esta es la tercera generación, inclusive con algunos cambios. Sería como la tercera formación estable desde el 2012, cuando volvimos de manera oficial. Porque hasta 1990 fue la primera. Luego, desde el 94 hasta el 99 transcurrió la segunda época, que fue la más popular cuando llegamos a Latinoamérica y a EE UU. Y después en 2012 arrancó de vuelta con La Zimbabwe hasta el día de hoy”, concluye Delgado.
Chelo Delgado, de La Zimbabwe: “Las canciones famosas dejan de ser de uno”
Marcelo “Chelo” Delgado, líder de La Zimbabwe, habló sobre la historia y vigencia de su música, los grandes hitazos que están más vivos que nunca y sus nuevos proyectos, entre otros temas.
Sobre los orígenes de la banda y el motivo del nombre, contó: “Veníamos tocando en fiestas y lugares unders y surgió una lista de nombres posibles y representaba la raíz del reggae”.
“Dimos el puntapié inicial con la banda específicamente del género reggae en Argentina. Tanto Zumo como Los Abuelos de La Nada hacían canciones y nosotros entramos en la variante específica del reggae junto con Los Pericos. Somos muy contemporáneos y compañeros de ruta”, explicó.
Permanecer en el tiempo
Según Delgado, “lo más lindo de todo esto y lo que define a La Zimbabwe son las canciones que siguen vigentes. Lo que nos da vida son las canciones y que es para lo que nació”.
Los hits de la banda
“Hay canciones que siempre tienen alguna cosita. Esa pimienta o esa picardía que la notás cuando la estás componiendo. Y sobre todo cuando ves las primeras reacciones de la gente”, comentó.
Además, consideró que “las canciones que fueron corte de difusión o más populares siempre fueron los últimos temas que compuse. Natty Dread fue el último tema del disco que hice. De hecho, no estaba cuando lo presentamos a la discográfica”.
“No reniego nunca de las canciones”, acotó.
La separación de la banda
“Hay más actores dentro de la escena y los motivos de cada uno pueden ser muy diversos. Con los músicos seguimos en contacto, pero a veces los ciclos musicales van cambiando y evolucionamos de manera diferente”, recordó sobre la separación.
Y agregó: “Siempre estaba empujando para adelante hasta que vi que la situación interna estaba medio rara y dije hasta acá”.
La Zimbabwe: de los años locos de “Traición a la mexicana” al formato “pyme”
Marcelo “Chelo” Delgado, líder de La Zimbabwe, da fe de que en los 90 los límites de lo verosímil eran bastante difusos. “Me acuerdo de que en una gira que hicimos por Colombia fuimos a tocar a la mansión del tipo que nos había contratado. No me preguntes a qué se dedicaba, pero tuvimos que hacer una especie de show privado solamente para los invitados de este personaje”, recuerda, respecto de aquella época “desquiciada” en la que “pasábamos de tocar en un festival de rock a tocar en Ski Ranch o en una fiesta privada en el roof-garden del Alvear”, o en la que terminaba la noche sobre el escenario de una bailanta compartiendo micrófono con un artista tropical que le versionaba alguno de sus temas.
La que para muchos fue “la década infame”, para Chelo fue la instancia en la que se cruzó con algo muy parecido a la fama gracias a un álbum que hizo el crossover ansiado por todos y cayó en la discoteca de rockeros, poperos y amorfos por igual: Cuestión de honor (1994).
Su caballito de batalla era “Traición a la mexicana”, hitazo infaltable en cuanto Top 40 existiera en aquellos años, una canción que desde su génesis le da entidad al refrán “no hay mal que por bien no venga”. Mucho se habló en su momento de la inspiración del tema: un abandono amoroso de cierta exmodelo y conductora de televisión al autor. “Es un mito urbano, je. Pero sí, eso ya es vox populi”, ratifica. Así las cosas, Marcelo se ve en la pintoresca situación de tener que cantar en todos sus shows un tema que le recuerda a un momento doloroso, lo cual -lejos de incomodarlo- le reafirma su capacidad para convertir en arte las vueltas de la vida: “Uno baja al papel algún sentimiento, queda plasmado ahí y en ese mismo instante lo demás pasa a ser parte de un pasado inmediato y empieza otra historia. Es como las etapas de la mariposa: antes de que vuele pasan muchas cosas pero termina sucediendo lo mejor, que es que la mariposa termina volando libre”.
Otro dato de color es que aquella mariposa que en su batir de alas trajo popularidad e ingresos casi muere en fase gusano. “Fue la última canción que se compuso para el disco y fue la última que entró”, cuenta Chelo. En la reunión final de preproducción se encerraron él y el productor Pablo Guyot y decidieron que “Traición a la mexicana” no podía quedar afuera. “Le tuve fe desde un principio”, dice, y el diario del lunes le da la razón.
Cuestión de honor salió a fines del 94 y la temporada estival -siempre fértil para la música jamaiquina- lo recibió con los brazos abiertos. “Nos enterábamos de cómo iba el tema gracias al sello. Venían y nos decían: ‘mirá, está empezando a sonar en la costa, lo están empezando a poner en las discotecas de Mar del Plata y Pinamar’. Nos venían esos comentarios y decían: ‘prepárense porque está empezando a sonar fuerte’. Y en marzo, cuando la gente volvió de las vacaciones, ese tema, más ‘Verano del 57’ y ‘Loco de atar’ estaban muy arriba y empezó a generarse una movida de shows”, recuerda Marcelo.
Y entonces, la locura mencionada: los conciertos inexplicables en mansiones colombianas, las trasnoches de bailanta, los festivales, los eventos privados “de empresas gigantes, para mil personas”, la híper rotación radial y la cara en las revistas. “La Zimbabwe se caracteriza por ser una banda a la que la gente le tiene mucho cariño, pero no somos tan identificables como personajes públicos. Quizás yo un poco más porque estaba más expuesto en las notas, pero tampoco tanto. Otros colegas se dedicaron a desarrollar más su personaje, pero yo siempre traté de mantener un perfil más bajo. Nunca desarrollé un perfil como Bahiano, Juanse o cualquiera de ellos”, dice Chelo, poniéndole coto a su vínculo con la fama. “Tampoco es que salgo a la calle y no me dejan caminar, ni ahora ni en aquel momento”.
La particularidad en la carrera de La Zimbabwe es que aquella instancia de exposición exagerada de los 90 tuvo un presagio que sólo recordarán quienes ronden o hayan pasado los 45 años: una primera versión de la banda tuvo un hit llamado “Natty Dread”, en 1988. La canción, track 1 de su debut homónimo, estalló en el momento en el que el público masivo argentino descubrió el reggae, en gran parte por la onda expansiva de El ritual de la banana (1987). “Gracias a Los Pericos los sellos empezaron a ponerle el ojo a las bandas de reggae. Ahí empezaron a venir las ofertas. Con La Zimbabwe Reggae Band tuve la suerte de no tener que ir a buscar contrato, sino que nos vinieran a buscar las compañías. Antes de firmar por el primer disco tuvimos cinco ofertas de contrato en la mano”, recuerda. El guitarrista de aquella formación era Afo Verde, hoy hombre fuerte de la industria discográfica a nivel continental.
El gran hito de aquella era iniciática fue haber teloneado a UB40 en Vélez, el 17 de marzo del 89 ante 35 mil personas. Un segundo álbum sin la misma repercusión (Caminando en el fuego, 1989), las diferencias creativas de siempre y un exilio de Marcelo en Chile precipitaron el break que culminaría en el 94 con el nacimiento del Mark II, de La Zimbabwe, la edición de Cuestión de honor y el resto de la historia.
La segunda separación de La Zimbabwe llegó tras la edición de ADN (1996) y del rechazo del resto de la banda a un álbum oscuro y reflexivo (“el disco negro”) que Chelo compuso en 1997. “Tenía que ver con la etapa que yo estaba viviendo, después de tanta exposición. Uno necesita un proceso de introspección y de lucha contra sus propios demonios, algo que está plasmado en ese disco inédito”, dice Marcelo, y da una primicia: muy probablemente aquél álbum perdido se edite en 2020.
Después de algún esfuerzo solista y experimentos grupales (como María Mulata) que en los papeles seguían funcionando como vehículos personales, La Zimbabwe volvió a ser una entidad firme y estable en 2012. “El único original soy yo”, dice Chelo, que se rodeó de sangre joven para grabar otros dos discos (Cuestión de tiempo, de 2012 y Cultivemos la paz, de 2017) y seguir en la ruta hasta nuestros días (su último trabajo es “Yo x vos”, un tema compuesto y grabado durante el aislamiento preventivo obligatorio).
¿Se extraña algo de aquellos años? “La recaudación, je”, dice, y después va en serio: “Y también la dinámica de laburo. Hoy La Zimbabwe es una pyme. Me tuve que acostumbrar a la autogestión: siempre había trabajado con managers, agencias, sellos grandes, hasta que me tocó vivir esta experiencia. Y está bueno manejar todo de una forma más directa, pero sí: se extraña tener una compañía grande detrás, un elefante detrás bajo el cual uno se apañaba. Ahora estamos más expuestos”.